Las empresas de entregas surgen como churros, en un mundo en que se ha puesto de moda el exigir que todo llegue “ya”. Ser capaces de prometer entregas megarrápidas está muy bien, pero… ¿a qué coste? La mayoría de las nuevas empresas de entregas a la carta luchan cara a cara para poder evitar el fantasma de las pérdidas. ¿Es eso lo que queremos para nuestras empresas?
La importancia de las entregas programadas en un mercado de demanda
La entrega programada como alternativa
Hemos entrado en una fase de lo que se ha empezado a conocer como “Economía de Gratificación Instantánea”. Lo queremos todo y lo queremos ya. Nos hemos vuelto perezosos y exigentes y deseamos que lo que necesitamos nos lo traigan a la puerta de casa, mejor si lo dejan colocado y si lo hacen en un tiempo record.
Evidentemente, esta demanda ha hecho que muchas startups hayan caído en la trampa de especializarse en este tipo de servicio que, en muchos casos y ante los altos niveles de exigencia, son incapaces de asumir el ritmo al que han prometido que realizarían sus entregas a la carta.
Sin embargo, para salir de este caos basta con que cambiemos el chip y nos adaptemos a un modelo de negocio mucho más realista y efectivo: la entrega programada.
¿Es necesario que todo nos llegue al instante?
Rotundamente, ¡no! Es cierto que existen ciertos servicios, como por ejemplo el de los taxis o la comida rápida a domicilio, en los que la inmediatez es básica para conseguir el éxito en ese modelo de negocio.
Cuando pides un taxi lo estás solicitando para ese preciso instante y el concepto “comida rápida”, ya lleva implícita la celeridad con que se espera que te sirvan.
Sin embargo, en otros campos en los que estamos prometiendo inmediatez, lo cierto es que no es necesario. El cliente puede quedar aún más satisfecho si programamos la entrega y cumplimos el plazo, en lugar de esperar que cumplamos al instante y el hecho se convierta en una misión imposible y una tarea de lo más estresante que, al final, acaba con nuestros nervios y con los del propio cliente.
¿Es factible la entrega programada?
Por supuesto que sí y lo es para la mayoría de los servicios. En realidad para todos aquellos que no requieren de esa inmediatez de la que hablábamos.
Pongamos algunos ejemplos. ¿Es preciso que la ropa de la lavandería llegue ya; que, si buscamos un masaje, sea en ese preciso instante; que la tienda de alimentación nos envíe el pedido de la semana, en los próximos 20 minutos…?
A esa lista de ejemplos podríamos añadir muchísimos más, hasta hacerla casi interminable. En todos esos casos, la entrega programada no solo es factible, también es deseable.
Cuando entrego mi colada a la lavandería, puedo elegir perfectamente cuándo quiero recibirla y programar esa entrega para un momento en que me venga bien y me la puedan dejar cómodamente en casa.
Si deseo un masaje relajante, no tengo más que reservar una cita, para ese momento en que voy a estar libre y voy a poder disfrutar de él con total libertad y dedicación.
Me será muy cómodo poder elegir mi momento de entre las ventanas de entrega libres que tengan en el hipermercado, para que dentro de su ruta de reparto, dejen mi compra en casa cuando me venga mejor.
Como vemos, programar la entrega puede ser muy beneficioso para el propio consumidor y a la empresa puede garantizarle un marco de entrega con mucho más tiempo que, por tanto, propiciará que tengamos clientes más contentos y mayores índices de productividad con menos carga de estrés.